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martes, 23 de septiembre de 2014

 

LA LEYENDA DE LA PRINCESA DONAJÍ

Cuenta la tradición que antes de la llegada de los españoles, cuando Oaxaca se encontraba dominada por un grupo de nobles indígenas pertenecientes a las culturas zapoteca y mixteca, el rey Cocijoeza, soberano de la ciudad de Zaachila, tuvo una hija a la que se le otorgó el nombre de Donají, que quiere decir “Alma grande”.


El trazado cosmogónico del destino de la princesa fue encargado al sacerdote Tiboot

de Mitla, quien vaticinó una gran desgracia para la pequeña, ya que ella se

sacrificaría algún día por amor a su pueblo.

Después de que mixtecos y zapotecos enfrentaron juntos a los mexicas que trataron

de conquistar la región de Oaxaca para anexarla a su imperio, una serie de eventos

sembraron la discordia entre los dos pueblos, provocando su distanciamiento y al

mismo tiempo el inicio de violentas disputas entre ambos.

En medio de tales enfrentamientos, un guerrero mixteco fue hecho prisionero por los

zapotecas, y puesto a disposición del rey. Durante su estancia, la princesa Donají

descubrió al cautivo, de nombre Nucano, quien a la sazón era un príncipe,

enamorándose de él y cuidándolo hasta que se hubo recobrado por completo,

momento en el que pidió a Donají su libertad para continuar en la lucha.

Liberado por la princesa, Nucano alentó a su pueblo a terminar con la guerra,

mientras Donají hacía lo mismo con su padre. Ambos pueblos pactaron la paz,

aunque el recelo de los mixtecas les hizo solicitar que Donají se convirtiera en

prenda de paz para garantizar la promesa del rey, ya que de lo contrario sería

sacrificada.

Anteponiendo el amor a su pueblo antes que su propia vida, la princesa dio aviso a

los guerreros zapotecas de que sus carceleros se encontrarían al anochecer en

Monte Albán, lugar donde fueron sorprendidos y diezmados por la gente de

Cocijoeza.

Descubierto el plan de Donají, los mixtecas decidieron vengarse del rey sacrificando

a la princesa cerca del río Atoyac, lugar donde fue sepultada. Se dice que al

momento de encontrarse su cadáver, este no presentaba rastros de putrefacción, y

que de su cabeza había nacido un lirio silvestre que de inmediato se convirtió en

símbolo del pueblo zapoteco.

El príncipe Nucano, convertido en gobernador de la gente de Donají,  dedicó el resto

de sus días a velar por el pueblo de su amada hasta su muerte, cuando finalmente

fue enterrado en la iglesia de Cuilapan de Guerrero, donde también había sido

sepultada Donají.

 











 

 

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